miércoles, 4 de marzo de 2009

Nancy



100 años


Nancy estaba dispuesta a vivir cien años con tal de encontrar su verdadero amor. Desde muy chica lo buscaba, y había encontrado muchos amores distintos. Sin embargo, ninguno le parecía, a sus 30, corresponder a lo que ella consideraba un amor romántico verdadero.


Soledad conoció a Francisco en la puerta de la Facultad de Ingeniería. Ella vivía en San Telmo y estaba esperando un colectivo que no llegaba hacía ya un rato largo. Francisco salía de cursar a la una del mediodía, como todos los lunes, y la vio hermosa y muerta de frío en la parada. Quería acercarse a ella y no sabía cómo. Soledad solo levantaba la cabeza, y así se estiraba su cuello y se levantaba su mentón, intentando ver lo más lejos que le fuera posible, pero su colectivo seguía sin aparecer. No pensaba en el frío, sólo quería dejar de estar ahí. Francisco decidió acercarse. Sacó un cigarrillo del atado, lo guardó y dejó en el mismo bolsillo el encendedor. Una clásica excusa. Agradecía que ella estuviera mirando hacia otro lado.

-F: Disculpame, ¿tenés fuego?

Soledad dejó de mirar el horizonte.

-S: ¿Eh? No, fuego no tengo… ahora que lo pienso decís fuego y tengo frío.
-F: Ah… de afuera se ve bastante claro que tenés frío.

Soledad enseguida tomó conciencia de que sus piernas blancas tenían manchas rosas por el frío. No se dio cuenta, pero era la primera vez que no le daba vergüenza esta característica de su piel.

-S: Pensé que con las botas iba a estar lo suficientemente abrigada… pero no pensé que hiciera tanto frío, y menos que el colectivo tardara tanto.
-F: ¿No querés que tomemos un café acá adentro?
-S: Pero voy a llegar tarde. ¿Qué hora es?
-F: La una y cinco.
-S: Bueno, no llego al dentista. Tengo cita a la una y veinte en Barrio Norte. Así que dale, vamos a sacarme el frío.

Entraron al bar de la facultad. El café se hizo largo. En un momento de la charla, donde los dos conversaban con mucha soltura, ella mencionó a un ex novio. A ella le dio ternura la coincidencia. Francisco le confesó que le habían recetado anteojos para ver de cerca pero no quería usarlos, tal como Manuel, su ex. Él quiso disimular sus celos, que no tenían razón de ser. No le gustaba sentirse celoso, y menos de una persona que no estaba más con la persona que acababa de conocer y quizás no conociera más que en esa conversación. Ese fue el único momento de la charla en el que no escuchó lo que decía Soledad. Fue ahí que decidió fumar, sacó un cigarrillo y, distraído, el encendedor que había decidido esconder para acercársele. Con la suerte y la distracción de su lado, ella tampoco notó su descuido.
Hablaron dos horas, hasta que Soledad dijo que tenía que ir a ver a su abuela. Era mentira, pero él contó una anécdota de María, una amiga. Soledad creyó que se trataba de una ex novia, o quizás de su actual, porque no habían hablado del rubro amores. Él dijo que su amiga había visto un documental sobre Venecia en televisión y que había interpretado que aquello de “a la misma hora en el mismo canal” era un dicho veneciano y no un dicho televisivo. Soledad no llegó a entender el humor de la anécdota, porque se desconcentró pensando en que le gustaba sentirse un poco celosa. Pero después no pudo parar de pensar en ella e inventó lo de su abuela. Francisco tomó con tanta naturalidad la partida de Soledad como venía tomando toda la charla. Comenzaron a caminar hacia la salida del edificio. Él se olvidó de pedirle el teléfono para seguir en contacto y ella no se olvidó, pero no entendía por qué no se lo pedía él y le daba vergüenza ser ella quien lo pidiera. Estaban saliendo de la facultad y pasaba el colectivo de Francisco, que se despidió mientras corría para alcanzarlo. En la cuadra siguiente, la sonrisa se le borró de la cara, cuando registró su olvido. Ella tampoco sonreía mientras volvía caminando con menos frío a su casa, que quedaba a tres cuadras. Se sentía arrepentida de haberse ido y de no haber dicho nada sobre un contacto futuro.

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